Películas que odio (I) Tu vida en 65’

Tu vida en 65’ es una de esas películas que ponen de manifiesto algo sintomático (aunque de momento no preocupante) en mi relación con el cine. Normalmente siempre me he sentido un poco al margen dentro de mi círculo de amigos porque me gustan aquellas películas que nadie más entiende. Y viceversa. Esto se traduce en ser “raro”, “demasiado exigente” o incluso “el friki” dependiendo de la situación y del contexto.

Generalmente esto no deviene un problema, pues siempre me ha gustado llevar la contraria con tal de poder entablar discusiones sobre cine, pero en ciertas ocasiones me siento desconcertado cuando existe la desaprobación total de una película por mi parte y una absoluta admiración por parte de los demás. Y este es el primer ejemplo.

Será que me vuelvo quisquilloso, pero encuentro este trabajo de la directora María Ripoll una película pretenciosa y tramposa. Cuenta con una puesta en escena admirable pero el resultado final se ve lastrado por un guión muy original pero que, a falta de un buen pulido o dos, cae en demasiadas situaciones absurdas y arbitrárias.

La película arranca con una (aparente) voluntad de ser cercana, realista. La acción se desarrolla en Barcelona y podemos ver y reconocer espacios, personajes y situaciones muy comunes en nuestra vida diaria. Es una lástima que los protagonistas muestren tanta rigidez ante el guión ya que su excesiva fidelidad al texto hace que se pierda parte de la espontaneidad que sus gestos y movimientos aportan.

Sea como sea, la directora consigue, en unos primeros minutos, engancharnos a una historia simpática e intrigante para, a continuación, romper la baraja y tirar por la borda toda la veracidad de la cinta al presentarnos una trama articulada sobre un cúmulo de casualidades que la alejan, a medida que la cinta avanza, de cualquier contacto con la realidad.

El guión de Tu vida en 65’ se asemeja al de Crash (2004, Paul Haggis) a la hora de establecer contactos casuales que no dejan de ser gratuitos, premeditados e inverosímiles. También los había en Magnolia (1999, Paul Thomas Anderson), es cierto, pero este último por lo menos tenia la decencia de poner en boca de sus personajes algunas de las incredulidades que asaltaban al espectador (Phylip Seymour Hoffman al teléfono: “este es el momento de la película en que ested me ayuda” o la voz del narrador en off que asegura que “si viera estas historias en una película no me las creería” al hablar de los tres sketches que abren y cierran la trama).

Magnolia parte de la presunción de que estamos ante una película vertebrada a partir de situaciones estrambóticas pero acaban desembocando en los sentimientos de sus personajes. Finalmente, el poso que deja la película es el de las emociones que transmiten sus personajes, algo realmente tangible y comprensible pese a lo extravagante de la propuesta.

Tu vida en 65’, por el contrario, parte de la autocomplaciente certeza de que podremos entrar en su juego por la vía rápida y nos pasea por un montón de situaciones increíbles para, al final, no llevarnos a ninguna parte. Su viaje hacia una especie de conocimiento místico que llega a través de las revoluciones de una lavadora deja indiferente por ser simple y tosco.

No dudo que, sobre el papel, se tratara de una idea estupenda pero el guionista, Albert Espinosa, olvidó en algún momento que la realidad no se mueve por senderos tan bien trazados y son precisamente las vueltas y vueltas que da la vida lo que da sentido a las coincidencias. Este guión en cambio, peca de simpleza estructural y de mostrar unas acciones causa-efecto realmente gratuitas.

No es, en definitiva, la limitación presupuestaria lo que hace que esta película no alcance una buena nota. Es importante destacar la Barcelona urbana y moderna que el director de fotografía, el excelente José Luís Alcaine, consigue a través de unas imágenes eléctricas y estimulantes y del uso de colores saturados y granulados que le añaden un áurea de de fábula ‘a lo Amelié’. Es, sin embargo, la total arbitrariedad de los sucesos que componen la trama lo que me impide congregar con los personajes y con su historia, pues hace evidente que el director hace trampas con nosotros. Se trata de una película autocomplaciente y que peca de grandeza cuando, en realidad, no deja de ser otra de las muchas historias urbanas que el cine español de hoy nos presenta. La modestia de propuestas como Azuloscurocasinegro (2006, Daniel Sánchez Arévalo) o Ladrones (2007, Jaime Marques) hacen de ellas películas mucho más estimulantes, atrevidas e interesantes que esta pomposa y, según mi punto de vista, sobrevalorada cinta que, ojalá, durara solo 65 minutos.

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