Resulta interesante recuperar obras clásicas de la literatura (a pesar de lo pomposa y aburrida que resulta esa etiqueta). A menudo, leer obras de aventuras del siglo XIX o principios del XX resulta exasperante por su ingenua forma de tratar la violencia y las relaciones personales y por lo retorcido de su lenguaje. Tampoco ayuda que todas estas novelas hayan sido llevadas varias veces a la gran pantalla, lo que provoca una fuerte contaminación que hace imposible olvidar las adaptaciones de Los 3 mosqueteros, Robin Hood, El principe valiente, Sherlock Holmes, Colmillo blanco, el libro de la selva...
Pero también hay casos en que sorprende que una novela que lleva escrita más de 100 años sea, aún hoy, atrevida, violenta, cruda, divertida... interesante en definitiva. El año pasado descubrí (a buena hora) La quimera del oro y La llamada de lo salvaje, dos obras de London que, desde entonces, forman parte de mi librería y que defiendo a capa y espada como dos de las más duras y realistas historias jamás narradas. Por mucho que haya llovido y por mucha violencia que hayamos podido asimilar a través de la tele o de los videojuegos, el pesimismo de London y su maravillosa escritura siguen calando hondo.
Ahora he recuperado La Isla del tesoro, una historia maravillosa que, en mi opinión, quizá no llegue a la altura del mejor London pero que se mantiene estoica como una excelente novela. Su principal punto a favor es que, al contrario de lo que ha pasado con el género de los bucaneros en la literatura, el cómic y el cine posterior, se aparta de los habituales tópicos para narrar una historia realista, sobria y tan divertida como instructiva. ¿Quizás sea por eso que los profesores estropean el libro obligando a los adolescentes a leerlo?
En la película Piratas del Caribe vemos la imagen clásica de lo que todos creemos que es un pirata. A pesar de algunas escenas interesantes en las que se muestra su contexto social (las alianzas de poder y la importancia del código del pirata), lo que prima es el cliché, la lucha, el heroísmo desmedido, la mitología... Nada de esto venía en esta novela que, imagino, debe ser el referente principal a la hora de abordar el tema.
Robert Louis Stevenson muestra el pirata como alguien real. Sus amputaciones y cicatrices no demuestran que sea un bucanero, pues también son compartidas por otros hombres de la mar, así como su afición por la bebida y la espada. Tampoco es creíble la visión del lobo solitario, ya que tras un capitán de navío siempre debe haber una tripulación, hombres que no siguen a pies juntillas a su líder sino que cuestionan su papel como cabecilla. La tripulación tiene derecho a unirse (llamémosle amotinarse) y pedir la destitución de su capitán en caso que no cumpla con su deber. En definitiva, existe un rígido código que se debe respetar por todo aquél que gobierne un barco y si alguien lo infringe, pagará por ello. Y, por último, también los doctores y los ricos caballeros sueñan con rescatar tesoros enterrados.
A menudo se confunde la Aventura con un cúmulo de escenas violentas, a veces irreales, que se suceden en todo momento sin dejar espacio al dialogo o a la reflexión. En La Isla del Tesoro se demuestra todo lo contrario: el viaje exótico, el uso de armas, la violencia no son más que ingredientes que pueblan una historia de personas humanas que ríen, lloran y sueñan. El pirata no es un estúpido adicto a los problemas sino alguien que, aunque elija para ello un camino ilegal, sueña con conseguir una vida mejor.
La novela retrata un grupo de personajes que se han convertido ya en clásicos. Hawkins es el primero, como emocionado narrador, pero también el capitán Spollet, Long John Silver, Billy Bones, Israel Hands, Ben Gunn... y lo mejor de todo, insisto, es que se comportan como personas reales y poliédricas alejadas del tópico. La acertada traducción de la edición que ha caído en mis manos (Anaya/ El País. 1998) explica a través de sus notas como todos los grandes mitos que hemos creado alrededor de la piratería son, muchas veces, personas de carne y hueso. Stevenson llena la novela de nombres y apellidos reales como Edward Teach (Barba negra), John Benbow (auténtico almirante británico), el Barón Edward Hawke, el pirata Edward England, el capitán Bartholomew Roberts, William Kidd...
No soy un gran conocedor de la literatura sobre piratas ni sé si la figura de Stevenson era la de un pionero o un recuperador del género, pero lo que sí queda claro leyendo La isla del tesoro es que su intención era la de ofrecer un relato que traspirara realismo y que eso le sirviera de base para izar una suculenta historia de superación.
Lo mejor: que descubrimos de donde procede el mito de Davy Jones y sabemos que significa realmente ‘pasar a alguien por la quilla’
Lo peor: el lastre que suponen para la trama algunas descripciones demasiado detalladas
Hi han llibres, que sempre seràn importants...hi han alguns que ens porten molt bons records.
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