'Muerte y Transfiguración', relato de tres décadas de cine americano


Acabo de leer el libro Muerte y Transfiguración, de José Luís Guarner, perteneciente a la trilogía Historia del cine americano editada por Laertis. Las dos obras previas que, aunque independientes, complementan el trabajo de Guarner son Desde la Creación al primer sonido, de Homero Alsina Thevenet, y El esplendor y el Éxtasis, de Javier Coma.

En Muerte y Transfiguración, Historia del cine americano /3, Guarner analiza el cine norteamericano entre 1961 y 1992, tres décadas marcadas por constantes cambios y mentalidades en la industria de Hollywood. El libro es una disección exhaustiva y precisa del cine que se hizo en esas tres décadas contextualizado con el entorno socio-político-económico de cada período. Una obra breve pero, a mi parecer, imprescindible para comprender el estado en que se encuentra hoy el cine de Hollywood.

Han pasado once años desde que Guarner finalizó su suculento análisis del cine norteamericano. Lamentablemente este tiempo no ha servido para contradecir la pesimista visión del autor sobre el cine made in USA, sino todo lo contrario. El desolador panorama que dibuja Guarner al final de su libro es solo la hoja de ruta de lo que finalmente le ha sucedido al cine. El autor, estoy seguro, ya preveía esta situación, pues no es casual que el libro se inicie con la siguiente cita:

"Hacer películas, en Hollywood al menos, se ha convertido en algo tan trabajoso y tan pavorosamente caro, se toman tantas precauciones y se efectúan esfuerzos tan desesperados para asegurar el éxito en taquilla, que buena parte de la vivacidad, la experimentación de nuevos caminos y hasta la insistencia en la calidad se han hecho peligrosos comercialmente y cada vez menos posible su consecución”.

Esta frase, articulada por Preston Sturges en el año 1949, define a la perfección el cine norteamericano de finales de los 80 y principios de los 90, un momento en que la industria iniciaba su, aún presente, sistema de producción. Una película debe contar con el máximo de estrellas posibles y debe estar apoyada sobre una promoción capaz de saturar los medios de comunicación y los sentidos de los espectadores. Estos dos ingredientes, que no son infalibles, serán los que lograrán la mayor recaudación posible y anularán el riesgo al fracaso. Son años marcados por el baile de trabajadores de una a otra productora, el cambio de manos de las grandes majors y una nula capacidad de riesgo para buscar mayor calidad fílmica. Guarner sintetiza esta idea en un párrafo clave de su obra:

“Hollywood, sin embargo, ya no juega si no es sobre seguro. No renunciará a las superproducciones caras, carísimas, un vicio al que es difícil renunciar. Pero la apuesta de todos los estudios para 1993 es olvidar las epopeyas de violencia y centrarse en películas para familias, a base de niños, animales y cartoons. (...) Y no habrá mejor campeón de esta causa que Rupert Murdoch, cuya confesa película ideal es Solo en casa. Esto quiere decir que las películas adultas y/o artísticas serán cada vez una especie amenazada, un lujo que sólo se permitirán, en todo caso, los independientes”.

Quizá las palabras de Sturges, hace casi 60 años, y las de Guarner de hace apenas 10, deban hacer reflexionar a aquellos que recurrentemente se quejan (nos quejamos) de la baja calidad del cine que llega a nuestras pantallas. Es cierto que Muerte y transfiguración no pudo asistir a la caída de ventas de entradas a los cines, al aumento de la piratería, la llegada del DVD ni su futura desaparición ante la llegada del HDV, pero su análisis detallado y preciso puede darnos una idea de hasta donde puede llegar la industria en su conservadurismo y protección y la poca fe que debemos depositar en un futuro cambio.

Ni siquiera el cine independiente, en quien Guarner pone una mínima esperanza, ha logrado sus frutos. Como bien sabemos todos, hoy el cine independiente no es más que un producto más de la industria de Hollywood. Los directores que trabajan en este terreno siguen dependiendo de las grandes majos para su distribución e incluso estas tienen sus propias productoras-satélite dedicadas al cine Indie.

En las antípodas de Hollywood Babilonia

Pero dejando de un lado la capacidad del autor para prever muchas de las situaciones venideras dentro de una industria tan poderosa como la del cine, Muerte y Transfiguración es también un excelente testimonio del cine de una época y erige a su autor como un gran historiador del medio.

La obra sigue una estructura cronológica para mostrar las situaciones que rodean cada una de las películas que cita pero, al mismo tiempo, articula secciones transversales que nos permiten acceder a la trayectoria de un determinado director, de un género o de las cúpulas directivas de las grandes productoras. Esto hace que, además de aportar información, Guarner consiga aportar significado. El mapa trazado por el autor es tan claro, comprensible y elegante, que parece redactado sin ningún tipo de dificultad. Evidentemente, imagino, esto no es más que una apariencia, pues la adecuada gestión de la gran cantidad de datos que maneja no debe ser sencilla.

Lejos de obras como Hollywood Babilonia de Kenneth Anger, la intención de José Luís Guarner, no es la de mostrar los trapos sucios de la industria. Su labor es la de alguien interesado por el cine y que deja en meros comentarios secundarios muchos de los detalles de gestión de las más de 1.000 películas que comenta. En un término medio a estos dos libros se encuentra Moteros tranquilos, toros salvajes, de Peter Biskind, un extenso y pormenorizado retrato, elaborado a base de entrevistas, de la industria del cine durante los años 70. Suskind está más interesado en concentrarse en unos pocos trabajos, en su gestación, maduración y resultados para, a través de las odiseas profesionales y personales de sus artífices, mostrar una forma de vivir y de entender el cine. Guarner, en cambio, presta atención a TODAS las películas que se hicieron durante su período de análisis y, en una acción totalmente democrática, cede una cantidad de texto casi idéntica a todas las películas citada.

Porqué lejos de hacer una extensa lista de obras a modo de un diccionario, lo que proporciona Guarner, y es este uno de los rasgos que más destacan del libro, es una auténtica valoración de cada película. A través de unos pocos detalles y un uso prodigioso del adjetivo, el autor consigue mostrar la importáncia de la película, la opinión que le merece y como se relaciona ésta con el resto de películas del director o de la época. Y lo hace una y otra vez, sin resultar nunca repetitivo o mecánico. Su capacidad de precisión quirúrgica me resulta tan envidiable, me parece un ejercício tan impresionante, que no me tiembla la mano al asegurar que este libro, dedicado al subgénero de los libros sobre cine, es en si mismo una auténtica obra de la mejor literatura. Y es que, escribir bien, no tiene obligatoriamente que ser sinónimo de florituras y figuras retóricas que unicamente buscan el lucimiento. Guarner, usa las palabras justas e imprescindibles y esto da a su libro un ritmo endiablado al mismo tiempo que logra transmitir no solo información si no también emociones, sentimientos y un amor incondicional por este malogrado séptimo arte.

Películas que odio (I) Tu vida en 65’

Tu vida en 65’ es una de esas películas que ponen de manifiesto algo sintomático (aunque de momento no preocupante) en mi relación con el cine. Normalmente siempre me he sentido un poco al margen dentro de mi círculo de amigos porque me gustan aquellas películas que nadie más entiende. Y viceversa. Esto se traduce en ser “raro”, “demasiado exigente” o incluso “el friki” dependiendo de la situación y del contexto.

Generalmente esto no deviene un problema, pues siempre me ha gustado llevar la contraria con tal de poder entablar discusiones sobre cine, pero en ciertas ocasiones me siento desconcertado cuando existe la desaprobación total de una película por mi parte y una absoluta admiración por parte de los demás. Y este es el primer ejemplo.

Será que me vuelvo quisquilloso, pero encuentro este trabajo de la directora María Ripoll una película pretenciosa y tramposa. Cuenta con una puesta en escena admirable pero el resultado final se ve lastrado por un guión muy original pero que, a falta de un buen pulido o dos, cae en demasiadas situaciones absurdas y arbitrárias.

La película arranca con una (aparente) voluntad de ser cercana, realista. La acción se desarrolla en Barcelona y podemos ver y reconocer espacios, personajes y situaciones muy comunes en nuestra vida diaria. Es una lástima que los protagonistas muestren tanta rigidez ante el guión ya que su excesiva fidelidad al texto hace que se pierda parte de la espontaneidad que sus gestos y movimientos aportan.

Sea como sea, la directora consigue, en unos primeros minutos, engancharnos a una historia simpática e intrigante para, a continuación, romper la baraja y tirar por la borda toda la veracidad de la cinta al presentarnos una trama articulada sobre un cúmulo de casualidades que la alejan, a medida que la cinta avanza, de cualquier contacto con la realidad.

El guión de Tu vida en 65’ se asemeja al de Crash (2004, Paul Haggis) a la hora de establecer contactos casuales que no dejan de ser gratuitos, premeditados e inverosímiles. También los había en Magnolia (1999, Paul Thomas Anderson), es cierto, pero este último por lo menos tenia la decencia de poner en boca de sus personajes algunas de las incredulidades que asaltaban al espectador (Phylip Seymour Hoffman al teléfono: “este es el momento de la película en que ested me ayuda” o la voz del narrador en off que asegura que “si viera estas historias en una película no me las creería” al hablar de los tres sketches que abren y cierran la trama).

Magnolia parte de la presunción de que estamos ante una película vertebrada a partir de situaciones estrambóticas pero acaban desembocando en los sentimientos de sus personajes. Finalmente, el poso que deja la película es el de las emociones que transmiten sus personajes, algo realmente tangible y comprensible pese a lo extravagante de la propuesta.

Tu vida en 65’, por el contrario, parte de la autocomplaciente certeza de que podremos entrar en su juego por la vía rápida y nos pasea por un montón de situaciones increíbles para, al final, no llevarnos a ninguna parte. Su viaje hacia una especie de conocimiento místico que llega a través de las revoluciones de una lavadora deja indiferente por ser simple y tosco.

No dudo que, sobre el papel, se tratara de una idea estupenda pero el guionista, Albert Espinosa, olvidó en algún momento que la realidad no se mueve por senderos tan bien trazados y son precisamente las vueltas y vueltas que da la vida lo que da sentido a las coincidencias. Este guión en cambio, peca de simpleza estructural y de mostrar unas acciones causa-efecto realmente gratuitas.

No es, en definitiva, la limitación presupuestaria lo que hace que esta película no alcance una buena nota. Es importante destacar la Barcelona urbana y moderna que el director de fotografía, el excelente José Luís Alcaine, consigue a través de unas imágenes eléctricas y estimulantes y del uso de colores saturados y granulados que le añaden un áurea de de fábula ‘a lo Amelié’. Es, sin embargo, la total arbitrariedad de los sucesos que componen la trama lo que me impide congregar con los personajes y con su historia, pues hace evidente que el director hace trampas con nosotros. Se trata de una película autocomplaciente y que peca de grandeza cuando, en realidad, no deja de ser otra de las muchas historias urbanas que el cine español de hoy nos presenta. La modestia de propuestas como Azuloscurocasinegro (2006, Daniel Sánchez Arévalo) o Ladrones (2007, Jaime Marques) hacen de ellas películas mucho más estimulantes, atrevidas e interesantes que esta pomposa y, según mi punto de vista, sobrevalorada cinta que, ojalá, durara solo 65 minutos.

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