Ya podemos encontrar en DVD la nueva versión que Kenneth Brannagh ha rodado de La Huella, (Joseph L. Mankiewicz, 1972) y he creído conveniente rescatar la versión original antes de ver la nueva. Así podré comentar las dos convenientemente.
La Huella narra la historia de dos hombres enfrentados en un absurdo juego de engaños debido a que el más joven de ellos (Michael Caine) se acuesta con la mujer del otro (Laurence Olivier). Basada en una obra de teatro de Anthony Shaffer, la película muestra en todo momento su origen teatral apostando por una puesta en escena sobria y elegante que renuncia en todo momento a la espectacularidad de otras cinas del mismo género. Solo hay que recordar películas con sorpresa final como Causa Justa, El Sexto Sentido, El Truco Final o la peor de todas, El Ilusionista, donde se resolvía el absurdo misterio a golpe de vergonzosos flashbacks i ridículos movimientos de cámara.
En el caso de La Huella nos encontramos más cerca de El Golpe pero con una estructura mucho más simple. Toda la trama sucede en el caserón de Andrew Wyke (Olivier) donde seguimos sus tribulaciones con Milo Tindle (Caine) sin la presencia de ningún secundario que los interrumpa (bueno, hay uno pero no cuento más). No se trata de un filme de intriga si no más bien de una disección de las retorcidas mentes de dos personajes a través de un juego de engaños. Toda la película es dialogada y es la palabra de los actores lo que va deshilvanando la jugada que consigue atrapar al espectador de principio a fin. Sin espectáculos, sin sobresaltos, sin trucos visuales. Solamente con dos actores, un decorado y un guión de hierro.
Es realmente magistral como el director consigue mantener la atención del espectador durante más de dos horas con unos ingredientes tan sencillos y sin apostar por el frenesí del “¿qué pasará?”. A eso ayuda también la enorme interpretación de los dos actores. En sus manos, los personajes abandonan cualquier maniqueísmo de el buen contra el malo y ofrecen un retrato poliédrico plagado de matices que los convierte en seres de carne y hueso con tantos defectos como virtudes. Y todo eso redondeado con un certero análisis social sobre las diferencias entre clases y sobre los motivos que llevan a los individuos a comportarse de una determinada forma.
Lo mejor será, como ya apuntaba Quim Casas en la revista Dirigido, poder ver, 35 años después, a Michael Caine representar la misma farsa desde el otro lado de la moneda. Ver como la bondad, justicia y sed de venganza de su viejo Milo se transforman en la prepotencia, arrogancia y crueldad del Wyke que en su día interpretó Laurence Olivier.
Y también habrá que mirar con lupa (“el instrumento por excelencia”) la puesta en escena de Brannagh y la interpretación de Jude Law, convertido ya en el alter ego oficial de Michael Caine.
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