El último capítulo de Vida Líquida, cierra el libro recordando (releyendo) a los pensadores Theodor W. Adorno y Hannah Arendt para demostrar que nos encontramos ante unos Tiempos Oscuros. Tiempos que no presagian nada positivo si se mantiene el actual ritmo de desgaste frenético que nadie parece interesado en detener.
Durante 200 páginas Zygmunt Bauman nos ha mostrado todos y cada uno de los aspectos negativos que presenta la Sociedad Moderna Líquida actual. Desde un problema de base, como es su falta de estabilidad, hasta la peligrosa tendencia a hipotecar todo nuestro futuro por un presente lleno de sensaciones rápidas y fútiles. El panorama que Bauman dibuja no es halagador ni positivo. Todo en nuestras sociedades parece diseñado y orquestado por una amenazante y omnipresente maquinaria que se encarga de decidir cuales deben ser nuestros anhelos y esperanzas pero que, al mismo tiempo, nos priva de ellos.
Bauman argumenta de forma clara en este último capítulo que a la sociedad le ha ocurrido algo catastrófico. Las sociedades actuales se rigen por su capacidad de consumo y se ha defenestrado cualquier valor moral que no sea computable y rentable. Al principio veía en él a otro pensador apocalíptico, más interesado en regocijarse en la destrucción que en buscar una salida positiva. Pero a medida que los capítulos se van sucediendo se deja entrever entre el oscuro panorama un pequeño atisbo de luz. Una leve esperanza en que no todo esté perdido aún. Bauman desea que las cosas cambien antes de que sea demasiado tarde para reaccionar. Es evidente que el mundo está rodando cuesta abajo, y Bauman cree que aún se puede, se Debe, detener la caída. Porque la alternativa es un choque mortal a toda velocidad.
Bauman no se considera capaz de mostrar el camino que hay que recorrer para arreglar el mundo, pero hace un llamamiento constante en cada uno de sus textos a la concordia y al acuerdo social. Las personas deben volver a confiar mutuamente, a respetarse, a responsabilizarse los unos de los otros por el bien común. Y, aún más, ese reencuentro debe realizarse en lugares públicos, lejos de las barricadas de las islas de seguridad, lejos de los muros de hormigón y las cámaras de vigilancia. Es la única forma en que se establezcan nuevos vínculos afectivos y sociales, imprescindibles para la buena marcha de la humanidad.
El texto citado proviene de la última página del libro y supone el último intento de Bauman por hacernos entender la importancia del cambio, su último "mensaje en la botella", como él mismo comenta parafraseando a Jürgen Habermas.
Durante toda la obra el autor evita usar el término Destrucción al referirse a la decadencia de la sociedad, aunque su presencia sea omnipresente en cada párrafo. La destrucción de una antigua sociedad nos ha traído hasta aquí y, quizá, sea otra destrucción la que consiga crear otra sociedad más justa y libre para todos. Bauman habla de Adorno como una bisagra, como el encargado a través de sus textos de establecer el puente entre una sociedad antigua y otra más moderna. De algún modo, opino que Bauman está realizando el mismo trabajo, pero negándose a caer en la visión pesimista (aunque profética) de Adorno. No podemos asegurar si Bauman se saldrá con la suya y si décadas más tarde se establecerá un paralelismo entre su obra y la de Adorno como profetas del cambio en las sociedades, pero aunque solo sea por la bondad y por la originalidad de su obra, ya se lo ha ganado.
Quiero pensar que no todo está perdido y que alguna vez llegaremos a un acuerdo, pero lamentablemente, me considero mucho más pesimista que Bauman. Dónde él pide bondad y humanidad, yo no puedo ver más que egoísmo y envidia. Una de las frases más contundentes, pesimistas y lapidarias del libro es “el alma del niño está asediada”. Ya he hablado de ella en otro post, pero creo que define perfectamente nuestra situación. Hace ya mucho tiempo que vendimos nuestra alma y ahora es demasiado tarde para tratar de recuperarla.
Durante 200 páginas Zygmunt Bauman nos ha mostrado todos y cada uno de los aspectos negativos que presenta la Sociedad Moderna Líquida actual. Desde un problema de base, como es su falta de estabilidad, hasta la peligrosa tendencia a hipotecar todo nuestro futuro por un presente lleno de sensaciones rápidas y fútiles. El panorama que Bauman dibuja no es halagador ni positivo. Todo en nuestras sociedades parece diseñado y orquestado por una amenazante y omnipresente maquinaria que se encarga de decidir cuales deben ser nuestros anhelos y esperanzas pero que, al mismo tiempo, nos priva de ellos.
Bauman argumenta de forma clara en este último capítulo que a la sociedad le ha ocurrido algo catastrófico. Las sociedades actuales se rigen por su capacidad de consumo y se ha defenestrado cualquier valor moral que no sea computable y rentable. Al principio veía en él a otro pensador apocalíptico, más interesado en regocijarse en la destrucción que en buscar una salida positiva. Pero a medida que los capítulos se van sucediendo se deja entrever entre el oscuro panorama un pequeño atisbo de luz. Una leve esperanza en que no todo esté perdido aún. Bauman desea que las cosas cambien antes de que sea demasiado tarde para reaccionar. Es evidente que el mundo está rodando cuesta abajo, y Bauman cree que aún se puede, se Debe, detener la caída. Porque la alternativa es un choque mortal a toda velocidad.
Bauman no se considera capaz de mostrar el camino que hay que recorrer para arreglar el mundo, pero hace un llamamiento constante en cada uno de sus textos a la concordia y al acuerdo social. Las personas deben volver a confiar mutuamente, a respetarse, a responsabilizarse los unos de los otros por el bien común. Y, aún más, ese reencuentro debe realizarse en lugares públicos, lejos de las barricadas de las islas de seguridad, lejos de los muros de hormigón y las cámaras de vigilancia. Es la única forma en que se establezcan nuevos vínculos afectivos y sociales, imprescindibles para la buena marcha de la humanidad.
"hay que buscar un nuevo tipo de escenario global en que los itinerarios de las iniciativas económicas de cualquier rincón del planeta dejen de ser tan sumamente volubles y dejen de estar guiados exclusivamente por las ganancias momentáneas sin prestar atención a los efectos secundarios y a las víctimas colaterales y sin atribuir importancia alguna a las dimensiones sociales de los desequilibrios entre coste y efecto."
El texto citado proviene de la última página del libro y supone el último intento de Bauman por hacernos entender la importancia del cambio, su último "mensaje en la botella", como él mismo comenta parafraseando a Jürgen Habermas.
Durante toda la obra el autor evita usar el término Destrucción al referirse a la decadencia de la sociedad, aunque su presencia sea omnipresente en cada párrafo. La destrucción de una antigua sociedad nos ha traído hasta aquí y, quizá, sea otra destrucción la que consiga crear otra sociedad más justa y libre para todos. Bauman habla de Adorno como una bisagra, como el encargado a través de sus textos de establecer el puente entre una sociedad antigua y otra más moderna. De algún modo, opino que Bauman está realizando el mismo trabajo, pero negándose a caer en la visión pesimista (aunque profética) de Adorno. No podemos asegurar si Bauman se saldrá con la suya y si décadas más tarde se establecerá un paralelismo entre su obra y la de Adorno como profetas del cambio en las sociedades, pero aunque solo sea por la bondad y por la originalidad de su obra, ya se lo ha ganado.
Quiero pensar que no todo está perdido y que alguna vez llegaremos a un acuerdo, pero lamentablemente, me considero mucho más pesimista que Bauman. Dónde él pide bondad y humanidad, yo no puedo ver más que egoísmo y envidia. Una de las frases más contundentes, pesimistas y lapidarias del libro es “el alma del niño está asediada”. Ya he hablado de ella en otro post, pero creo que define perfectamente nuestra situación. Hace ya mucho tiempo que vendimos nuestra alma y ahora es demasiado tarde para tratar de recuperarla.
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