'Videodrome': reflexión sobre el discurso visual

David Cronenberg ha declarado en numerosas entrevistas a lo largo de su carrera que, para él, el hecho de rodar una película es algo así como un proceso filosófico. Lo importante es el mismo hecho de realizar un trabajo, el proceso, y no tanto su posible aceptación por parte del público o crítica. Prácticamente todas sus películas son irreflexiones sobre la condición humana y sobre la construcción del yo a través de múltiples mecanismos, sean estos inherentes o externos a la persona. Esta reflexión suele ser un elemento subterráneo que yace oculto bajo una trama fantástica o de intriga pero, en ocasiones, el discurso filosófico es el eje vertebrador sobre el que se aglutina toda la película y que marca ferreamente la estructura de la cinta.

Uno de estos casos es Videodrome, del año 1983, y que se puede ver como un preludio de la posterior Existenz. En ambas cintas, Cronenberg reflexiona sobre el papel que tiene la imagen a la hora de estructurar el mundo que nos rodea. La imagen es el instrumento central de un director a la hora de transmitir un mensaje y se puede entender como un sinónimo de realidad incluso cuando lo que se retrata es ficción. Videodrome muestra esto a través de una trama que mezcla realidad y ficción constantemente. Al principio de la cinta Cronenberg nos guia haciéndonos ver qué es real y qué no, pero a medida que avanza la trama, nos damos cuenta que todo podría ser una gran ficción articulada dentro de la mente de Max Renn (James Woods). Las visiones horribles se entrometen el mundo real del protagonista haciendo que sueñe despierto y que se sienta realmente vivo únicamente mientras duerme.

Cronenberg vuelve a reincidir en elementos que se convertirán en su marca de fábrica: fusión de carne y materia inorgánica a través de la nueva carne, tendencias sadomasoquistas para conseguir un hiperrealismo que acabe con el tedio cotidiano y personajes inmersos en un infierno moral del que solo es posible escapar a través de la violencia. Además plantea temas que siguen poniéndose sobre la mesa cada vez que se debate sobre televisión: ¿puede crear adicción la televisión? ¿es posible discernir entre realidad y ficción cuando se trata de discursos audiovisuales? ¿se deben prohibir ciertos contenidos de violencia o sexo? La cinta que nos ocupa es de 1988, época en que el vídeo auguraba una nueva era en la percepción de los medios gracias a sus posibilidades de edición y reescritura. A pesar de lo que ha llovido desde entonces y del auge de nuevas tecnologias, Vidodrome no requiere revisión alguna por ser sorprendentemente profética sobre hacia donde han ido los medios actuales. Rodada hoy, el retrato sería igual de pesimista y lúgubre.

No es esta una película fácil de digerir. Contiene imágenes turbadoras que no provocan terror pero sí un desasosiego que se hace creciente a medida que avanza el metraje. La imaginería visual de Cronenberg muestra yonquis catódicos, mutaciones que permiten reproducir cintas de vídeo en nuestro propio organismo, seres humanos convertidos (literalmente) en armas y femmes fatales que nos pueden seducir y amar desde la pantalla del televisor. Quizá toda la desventura de Woods no sea más que un delirio que intente justificar su venganza y su incoherente filosofía, pero lo que queda es un regusto amargo sobre nuestra sociedad y sobre nuestras formas de comunicación. Sea o no sea realidad, y como decíamos al principio, lo importante del cine de Cronenberg no es resolver el significado final de su intencionalidad, ni decidir si se trata de un relato lógico o atractivo. Lo que importa es el proceso. Y en este caso es un proceso lento y doloroso hasta la extenuación.

Lo mejor:
Las mutaciones
Lo peor:
Un ritmo alarmantemente lento

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