Paul Thomas Anderson, director de Pozos de Ambición, recibirá en el Festival de Cine de San Sebastián el premio a la mejor película del año que ofrece anualmente la Federación Internacional de la Crítica de Cine (FIPRESCI), formada por más de 200 críticos de todo el mundo.
La verdad es que leer esto me ha reconfortado porqué, por mucho que me gusten los Coen (y me encantan) el Oscar a la mejor película que recibió No es país para viejos el pasado 24 de febrero no era tan merecido como todos pretendieron hacernos creer. La nueva película de Thomas Anderson, esta densa, pesimista, cruda y oscura historia de ambiciones petrolíferas y almas destruidas por la avarícia es mucho superior a la (por otro lado excelente) película de los Coen. No es país para viejos es una de los mejores películas de los hermanos directores, pero no consigue (tampoco lo pretende) romper las convenciones cinematográficas establecidas, como sí hace Pozos de ambición.
Paul Thomas Anderson es un tipo que escribe y dirige obras maestras. Trabaja a contracorriente y, por eso mismo, Hollywood parece repudiarle. Sus películas suman 14 nominaciones a los Oscar (3 para Boogie Nights, 3 más para Magnolia y 8 para esta Pozos) y solo se ha llevado 2 estatuillas. Incluso el menos importante de sus platos, Punch Drunk Love (dejando de lado la novel Hard Eight) resulta una estimulante, emocionante y reflexiva aproximación a un genero tan pésimo como el de la comedia romántica. Una auténtica delicia.
Por lo que respecta a Pozos de ambición, se trata de una soberana lección de como el cine del futuro no tiene que estar forzosamente definido por ruidosos y vacíos productos como Transformers o La Momia 3. De hecho, podemos contemplar Pozos de ambición como el reverso negativo de Wall·e. A pesar de sus insalvables diferencias en intenciones y métodos, ambas cintas eflexionana sobre el lenguaje cinematográfico e intentan ir mucho más allá de lo que las barreras de este lenguaje audiovisual parece permitir. Rompen cualquier etiqueta de género o de formato y consiguen, gracias a una inteligente fusión de forma y contenido, alcanzar algo en el interior de un espectador cansado de mensajes con calzador. Wall·E y Pozos de Ambición atacan las entrañas, los nervios, el corazón, el estomago. Sus visionados no son simplemente visuales, también son vivenciales.
La experiencia de ver una cinta como Pozos de ambición podrá resultar más o menos estimulante, aburrida, irritante, divertida, decepcionante o emocionante, pero habrá que admitir que hemos asistido a un momento especial en la historia del cine moderno.
Lo Mejor: El prodigio audiovisual e interpretativo
Lo Peor: (Quizás) la brusca entrada del último pasaje
La verdad es que leer esto me ha reconfortado porqué, por mucho que me gusten los Coen (y me encantan) el Oscar a la mejor película que recibió No es país para viejos el pasado 24 de febrero no era tan merecido como todos pretendieron hacernos creer. La nueva película de Thomas Anderson, esta densa, pesimista, cruda y oscura historia de ambiciones petrolíferas y almas destruidas por la avarícia es mucho superior a la (por otro lado excelente) película de los Coen. No es país para viejos es una de los mejores películas de los hermanos directores, pero no consigue (tampoco lo pretende) romper las convenciones cinematográficas establecidas, como sí hace Pozos de ambición.
Paul Thomas Anderson es un tipo que escribe y dirige obras maestras. Trabaja a contracorriente y, por eso mismo, Hollywood parece repudiarle. Sus películas suman 14 nominaciones a los Oscar (3 para Boogie Nights, 3 más para Magnolia y 8 para esta Pozos) y solo se ha llevado 2 estatuillas. Incluso el menos importante de sus platos, Punch Drunk Love (dejando de lado la novel Hard Eight) resulta una estimulante, emocionante y reflexiva aproximación a un genero tan pésimo como el de la comedia romántica. Una auténtica delicia.
Por lo que respecta a Pozos de ambición, se trata de una soberana lección de como el cine del futuro no tiene que estar forzosamente definido por ruidosos y vacíos productos como Transformers o La Momia 3. De hecho, podemos contemplar Pozos de ambición como el reverso negativo de Wall·e. A pesar de sus insalvables diferencias en intenciones y métodos, ambas cintas eflexionana sobre el lenguaje cinematográfico e intentan ir mucho más allá de lo que las barreras de este lenguaje audiovisual parece permitir. Rompen cualquier etiqueta de género o de formato y consiguen, gracias a una inteligente fusión de forma y contenido, alcanzar algo en el interior de un espectador cansado de mensajes con calzador. Wall·E y Pozos de Ambición atacan las entrañas, los nervios, el corazón, el estomago. Sus visionados no son simplemente visuales, también son vivenciales.
La experiencia de ver una cinta como Pozos de ambición podrá resultar más o menos estimulante, aburrida, irritante, divertida, decepcionante o emocionante, pero habrá que admitir que hemos asistido a un momento especial en la historia del cine moderno.
Lo Mejor: El prodigio audiovisual e interpretativo
Lo Peor: (Quizás) la brusca entrada del último pasaje
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